Quizás los BERRIADICTOS que comenzaran a frecuentar Berria después de 1981 no puedan imaginarse, por mucho que se lo contemos, la imponente figura de «El Barco» dominando la playa desde la plataforma que hoy ocupan los socorristas.
Fue construido en 1947 y demolidos sus restos en 1981.
Hoy se habría decidido conservarlo, pero ¿de quién fue la idea de levantar aquella construcción a mediados de los años 40 en una playa ventosa y salvaje cuando el veraneo era privilegio de la clase social alta y no pasaba por tumbarse al sol ni zambullirse en las olas como hoy en día?
Alguien adelantado a su tiempo, que convirtió aquella zona del arenal de Berria en un lujoso espacio lleno del glamour en los años 50 llamado El Balneario o El Casino y exclusivo para las familias «bien» de una época en la que la escasez de recursos era la forma habitual de vida para la mayoría.
El Barco como lo conocimos llevaba inscrito en su proa, que miraba al oeste, el nombre de su propietaria María Luisa Ibáñez de Betolaza que «legalizó en 1962 a su favor una extensión de 2.845 metros cuadrados en la zona marítimo-terrestre de la Playa de Berria, así como las obras construidas, consistentes en un edificio de una sola planta con terraza destinado a Balneario-casino; dos edificios anejos para servicios y vestuarios, terraza y muro de defensa con bajada a la playa y zona de aparcamiento y jardines»

El Barco era uno de los lugares de juegos para los niños de Los Apartamentos.
Su terraza, en la que hoy se asienta el puesto de los socorristas y ondea la bandera azul, era nuestro lugar favorito para los posados de verano adolescente. El viento que allí soplaba daba un movimiento natural a nuestras melenas que nos hacia sentir como modelos de pasarela.
Desde allí escalábamos por la pared hasta alcanzar la cubierta superior con cuidado de no arañarnos con algún hierro roñoso. Desde cubierta dominábamos Berria al norte y las Marísmas al sur. Una pequeña hornacina debió guardar una imagen que siempre creí que sería para la Virgen del Puerto.
En alguna ocasión nos colábamos en su interior donde un penetrante olor a humedad y decadencia lo impregnaba todo.
En aquella estancia que fue en su día el salón principal no quedaban más que los restos de una estructura que debió sujetar una magnifica barra de bar y que parece que hubiera sido arrancada de cuajo cuando El Barco cerró sus puertas.
Yo me imaginaba aquellos bailes llenos de glamour de las noches de verano en las que las damas destilaban sensualidad con sus vestidos vaporosos y ajustados a la cintura, guantes y tocado y los imprescindibles pendientes de perlas, y sus caballeros, conservadores y elegantes con trajes ceñidos de pantalón pitillo ….
Llegarían en coche de época por los maravillosos jardines y un empleado uniformado de blanco abriría la puerta a la dama invitándola a salir para posteriormente aparcar el vehículo en las cocheras laterales…¡¡me hubiera gustado tanto estar allí!!
Tras 3 décadas la decadencia llegó y El Barco cerró definitivamente sus puertas. El sueño se esfumó, comenzando el abandono y su deterioro hasta que en 1981 se demolió.
Pero aún quedan restos; los jardines, de los que hablaré otro día, hoy transformados en merendero popular, arrasadas sus pitas y sus fuentes de azulejos multicolores de los que apenan quedan algunos pedazos.
El muro de defensa sobre el que se asienta el puesto de los socorristas se hace bien visible a su derecha sirviendo como zona de resguardo para los días de viento y hacia su izquierda todavía podemos descender por los genuinos escalones bien conservados construidos para dar acceso a la arena.
Durante muchos veranos recuerdo ver en la popa a una pareja de la Guardia Civil que vigilaba permanentemente de día y de noche.
El Barco es uno de los iconos de Berria y de los BERRIADICTOS, elemento permanente en nuestro recuerdo y siempre presente en nuestra memoria, por eso a veces de manera inconsciente lo convertimos en una referencia para señalar nuestra posición en la playa, ¿será que seguimos viéndolo?






